El ruido es un conjunto de sonidos desagradables o no deseados. Si lo traducimos a efectos socio-económicos, el ruido genera molestias (dificultades para el descanso, comunicación entre viviendas, incomodidad psíquica, perjuicios para la salud, incluso disminución del rendimiento laboral), y tiene efectos económicos nada despreciables (depreciación de terrenos e inmuebles, gastos derivados de protección contra el ruido, pérdidas por disminución del rendimiento laboral). Para atajar y disminuir los efectos del ruido en nuestras ciudades e infraestructuras se puede atacar al foco emisor (vehículos, industrias, personas) a través de reglamentación, pero también se puede trabajar desde el diseño de nuestras infraestructuras, para minimizar el impacto del ruido y encontrar soluciones que pongan en el centro a las personas. Algo similar ocurre con las vibraciones.

Podemos diferenciar dos tipos de proyectos: los que tratan de mejorar las condiciones en infraestructuras existentes – caracterizando con mapas de ruido, actuando con protecciones acústicas – o los que, desde el diseño, pretenden tener en cuenta inevitables focos de ruido y vibraciones y tratan de dar soluciones que protejan y mejoren la vida de las personas.